Los objetos que poseemos tienen un significado. Evidentemente nos ofrecen alguna utilidad, o nos alegran la vista porque son bellos, como decía mi admirado William Morris. También es cierto que en los tiempos que corren (y con toda seguridad también en el pasado) nos rodeamos de objetos que ni son útiles, ni son bellos. Los acumulamos porque creemos que los necesitamos pero solo contribuyen a aumentar el caos de nuestro entorno y nuestras obligaciones para con ellos.
A mí me gustan los objetos con significado. Soy una persona a la que le cuesta un poquito desprenderse de las cosas, pero llevo toda mi vida adulta haciendo avances en la práctica de renunciar, descubrir lo realmente importante y deshacerme de lo que no lo es. Eso implica dejar de prestar atención a cuestiones como el dinero que algo costó, aquello para lo que sirvió en su momento o simplemente la costumbre; y poner más el acento en si ese-lo-que-sea es el reflejo de lo que yo he llegado a ser o me sirve para algo. Es una práctica que incluye todos los aspectos de la vida pero que encuentra su mejor expresión práctica en mi relación con los objetos que me rodean.
Aunque nunca lo he vivido, veo con una mezcla de envidia y nostalgia ese tiempo en el que la gente dedicaba tiempo y amor a tallarse una cuchara única y preciosa, a decorar un friso o a coserse un edredón maravilloso en su sencillez pero con todos sus cuidadosos detalles y acabados. En fin, que soy muy victoriana pero me ha tocado vivir en el siglo XXI, por lo que las obsolescencias programadas me indignan, la abundancia de información y de oferta me abruma y la prisa me frustra, pero hay que sacarle partido a lo que se tiene, no se ha inventado aún la máquina del tiempo.
No obstante, aspiro a rodearme de cosas que realmente valore y realmente expresen cómo soy. Y qué mejor para ello que dedicarles algo de tiempo y dar rienda suelta a la creatividad... Al ver esta silla en un contenedor de basura me pareció preciosa, aunque estaba pintada con una capa gruesa de pintura blanca y tenía agujeros en el asiento. A mi marido también le gustó, de manera que nos la llevamos puesta sin más preámbulos:
No tengo la menor duda de que los mejores resultados se consiguen trabajando en equipo. A mi marido le encanta el bricolaje, y a mí coser, de manera que él se dedicó al "trabajo sucio". ¡Mirad qué madera más bonita había debajo de esa pintura blanca! Solo acabada con cera luce espléndidamente.
Y yo me dediqué al trabajo "fino", uniendo hexágonos de paper piecing. Que han acabado con mis reservas de tela de ciertos colores (los que más me gustan). Tendré que solucionarlo...
El tapizado que hizo mi marido con esta materia prima:
Hemos unido lo que más nos gusta hacer, y el resultado ha sido éste:
La silla, por supuesto, MÍA (jejeje). Por si alguien tenía alguna duda.